MILAGRO Y DESMADRE: EL JUGADOR NÚMERO 12

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GRACIAS AL FUTBOL,PEÑA NIETO TOMA UN RESPIRO: Con un panorama complejo en puerta, el priismo y el Titular del Ejecutivo Federal reciben una bocanada de oxígeno con la dramática participación de la Selección Mexicana de futbol en las eliminatorias rumbo a Brasil 2014. Así la disputa por el boleto al Mundial, el Play Hard (juego duro) de los rivales de México, el mediocre talento de nuestros futbolistas, los cambios de entrenador, la guerra de nervios entre los fanáticos y porristas, se han convertido en el escenario ideal para que millones de personas se conecten con “el juego del Hombre” y se olviden de la política y de sus protagonistas, haciéndole de paso un favor al Presidente Peña Nieto.

Ya Desmond Morris en 1982 definía al fútbol como: “la sublimación milenaria de la lucha del hombre por la supervivencia a través de la caza y las actividades marciales, lo que se interpreta en múltiples aspectos que lo asimilan a la demostración social, a la ceremonia religiosa, a la empresa comercial, a la representación teatral”.

En un artículo de El Espectador (1934) Ortega y Gasset crítico el ascenso del fútbol, señalando a las masas como las responsables de generar un ambiente de mal gusto, es decir, las acciones plebeyas destructoras del espíritu de la buena reflexión. El pensamiento de la masa se convirtió en un tema central para los integrantes de la Escuela de Frankfurt. La industria cultural y la manipulación de masas concentradas en el cine y la música tenían un nuevo aliado: el fútbol. Es aquí cuando la sociología comenzó a interpretar al fútbol como un deporte en donde “los goles que se anotan se hacen en contra de los  dominados”, como lo señala el escritor alemán Gerhard Vinnai en su libro “el Fútbol como ideología”.

Norbert Elìas hace el siguiente planteamiento: “La escenificación imaginaria del deporte como competición que, en última instancia, es un juego y que como tal se relaciona con las competiciones y lucha real.”

Cómo hoy, las competencias deportivas constituían una manera civilizada de desahogar las tensiones sociales y las rivalidades entre pueblos sin llegar a la guerra, como ha observado Elías en la obra citada…La rivalidad inducida contribuye a volver atractiva la contienda. Cada quien debe optar por alguna camiseta. Cada quien es un Hooligan en potencia. Como escribió Elías: “la regulación del deporte pretende conciliar es Escila del desorden y el Caribdis del aburrimiento”.

FANATISMO FUTBOLERO COMO “MOTOR DEL ALMA”

Desde el crepúsculo del siglo XX hasta los albores del siglo XXI, la metáfora del Tribalismo tiende cada vez más a acrecentar su estado latente y evidente en todas las sociedades contemporáneas: Se trata de microgrupos emergiendo en todos los campos (Deportivos, sexuales, religiosos, musicales, sectarios). “Así, la imagen del tribalismo en su sentido estricto simboliza el reagrupamiento de los miembros de una comunidad específica con el fin de luchar contra la adversidad que los rodea”—dice Maffesoli.

En las Megalopolis surge un nuevo Tribalismo, grupos conformados por la necesidad de compartir gustos e intereses. En México, este fenómeno es patente entre los fanáticos del fútbol soccer, y particularmente de la Selección Mexicana que se expresan en dos Modelos referenciales de animación y pasión:

a) Colorista Italiano/espectaculares coreografías llamadas tifos, enormes  banderolas, lanzamiento de confetti, papel higiénico, pancartas, la realización de mosaicos con cartulinas y el uso de Bengalas o Nitrato; y b) Modelo Británico/prioridad al apoyo al equipo mediante la constante Animación vocal, con numerosos cánticos y la exhibición de los colores del club por medio de las camisetas oficiales del mismo. Y es que como Benedetti dice: “Un Estadio sin Aficionados/Es como un Esqueleto de Multitudes”. ¿Qué sería del futbol sin los clubes y de los clubes sin sus fanáticos?, se pregunta Bianchi. Una partida de ajedrez. “Podrán entretener, interesar, hacer pensar, pero nunca serán el aire que se respira, la sangre que corre por las venas, el motor del alma.”

Umberto Eco decía al respecto: “Hay algo que ningún movimiento estudiantil, ninguna revuelta urbana, ninguna protesta global o lo que sea podrán hacer nunca, aunque lo consideraran esencial: invadir un campo deportivo en domingo”.

El fútbol ocupa un lugar desmesurado en nuestras conversaciones, nuestras expectativas, nuestro imaginario: eso que solemos llamar nuestra cultura. Hubo tiempos en que los intelectuales lo desdeñaban de un plumazo: era el opio de los pueblos, decían, y era suficiente. Ahora, tiempos de droga dura y pueblos muy confusos, algunos entendieron que no alcanza con decir que el opio es opio: que vale la pena preguntarse cómo droga, para qué, por qué.

Por lo anterior Eco convoca a realizar menos discusiones políticas y hacer más sociología de los espéctaculos circenses (porque se pregunta en tono irónico ¿Es posible la Lucha Armada el domingo de Campeonato?).

Muestra de lo anterior lo constituyen el vendaval de paisajes fanáticos del pasado viernes 11 de octubre: Mientras Peña Nieto medía fuerzas con sus opositores más radicales del PAN, PRD y Movimientos Sociales (CNTE por ejemplo), millones de ciudadanos (la gran masa) observaban en la Televisión un partido de fútbol cardiaco, donde el TRI vencía a Panamá; el Chicharito fallaba un penal y a 5 minutos del final el americanista Raúl Jiménez anotaba el gol. “El momento perfecto —dice Martín Caparrós–, el Gozo Idiota, pura explosión sin pensamiento: el que hizo la diferencia, el que te hace pensar que ojala la vida fuera como el fútbol. El que hará que, durante un mes glorioso, vaya a ser bastante parecida”.

LA NUEVA RELIGIÓN DE LAS MASAS: EL BALÓN

Dice Vázquez Montalbán con razón: el Futbol es una religión en manos de grandes multinacionales, porque nos permite una vivencia religiosa indispensable para nuestro ecosistema emocional.

Los jugadores ya no son los sacerdotes fundamentales, como tampoco los feligreses son los dueños de la iglesia: la llenan, pero el poder condicionante del dinero pasa por las exclusivas de la TV y la publicidad.

Los campeonatos de 1998 cierran la era del futbol como espectáculo e iniciaron la del futbol como religión de una parte importante del capitalismo multinacional: Los estadios parecen catedrales, los aficionados adoran los colores de su equipo y los protagonistas del espectáculo, condicionados por el mercado, se han convertido en portadores de mensajes publicitarios, en auténticos íconos mediáticos. 

Borges y Bioy Casares en su relato “Esse est percipi” articulan dos defectos del futbol en los tiempos globales: La supremacía de la televisión y los engaños de la nostalgia. El balompié es algo que ya ocurrió: en la actualidad, los locutores inventan las contiendas y deciden el marcador. Tulio Savastano, presidente del Abasto Juniors argentino, explica la verdadera  condición del juego: “No hay store ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen en pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores “.

¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Eduardo Galeano pone como ejemplo de esa aversión intelectual la burla que Rudyard  Kipling hacía del fútbol y de “las almas pequeñas que pueden ser ensuciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Como contrapunto, cita a Antonio Gramsci, el  penetrante marxista italiano, que definía al fútbol como un “reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”.

El país casi por completo se paralizó el pasado viernes 11 de octubre a las 8 de la noche: Tristes, desolados y con la depresión a cuestas millones de aficionados y fanáticos veían como a su país se le iba de las manos el pase al Mundial de Brasil 2014. Cuando el Mundial se esfumaba —dicen los cronistas— llegó “esta maravilla de gol de Raúl Jiménez, que hoy nos manda a Repechaje. Viene la prueba final, el martes en Costa Rica… para calificar al Mundial de Brasil 2014”. Lo decisivo no es lo que sucede sobre el césped sino el Milagro Guadalupano de estar juntos, nos recuerda Villoro. Porque la Fiesta y el Desmadre son los triunfos a los que pueden aspirar los millones de aficionados, que por una semana se olvidarán de Peña Nieto y de la política, para concentrarse en el futuro del balón y en Brasil 2014.

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