Narcodiplomacia de la 4T

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ÍNDICE POLÍTICO

Tiene ya más de dos siglos y medio que un diplomático de la excelencia del marqués de Talleyrand, canciller de Napoleón, dijo una frase lapidaria:

“Hay una cosa más terrible que la calumnia: la verdad. La verdad es el mejor camuflaje, porque nadie la acepta”.

Y la verdad es que en el affaire México – Ecuador fallaron los intentos diplomáticos del gobierno de Daniel Noboa, ante la soberbia, la cerrazón y el afán de seguir protegiendo y asilando a delincuentes caribeños centro y sudamericanos en lo que está empeñando Andrés Manuel López Obrador, adalid de la narcodiplomacia.

Porque la violenta y a todas luces ilegal respuesta del gobierno de Ecuador a las escandalosas cantinelas proferidas en los últimos días por López Obrador con respecto a la política interna ecuatoriana así lo comprueban. Intentar brindar asilo a un delincuente debidamente procesado y condenado en la embajada mexicana fue ya el colmo de los colmos.

AMLO, para no variar, se fue de bruces en reciente matiné al interpretar –a su manera, por supuesto– las causas y a los probables responsables intelectuales del asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, luego de que éste acusara a los presidentes de México y Colombia, Gustavo Petro, lo mismo que a las clases políticas de ambas naciones de haber sido y aún ser financiadas por el crimen organizado. Concretamente, los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.

Lo mismo que repitió la viuda de Villavicencio, Verónica Sarauz, quien además exigió silencio a AMLO.

Pero, además, el gobierno mexicano dio cabida en su embajada en Quito a Jorge Glas, exvicepresidente ecuatoriano acusado de varios casos de corrupción y presumibles ligas con el narcotráfico a quien, incluso, ofreció brindarle asilo.

Esas declaraciones de López Obrador hicieron que el gobierno ecuatoriano declarara persona non grata a la embajadora de México en Ecuador, Raquel Serur.

Y el viernes, México publicó un comunicado en el que calificó como “desproporcionada” la respuesta del gobierno de Daniel Noboa e informó que Roberto Canseco, jefe de la misión consular mexicana en Ecuador, quedaría a cargo de la embajada que continuaría “operando con normalidad”.

En el mismo comunicado afirmaba que “luego de un análisis exhaustivo” de la situación, el gobierno de México había decidido otorgar asilo político al exvicepresidente Glas, quien se encontraba refugiado en la embajada desde el 17 de diciembre del año pasado.

El intercambio nada diplomático se agudizó el viernes por la tarde cuando militares y policías de Ecuador comenzaron a rodear la embajada de México en Quito. El gobierno de López Obrador rechazó inmediatamente el incremento de fuerzas policiales ecuatorianas afuera de su embajada y exigió a Ecuador respetar su soberanía y cumplir con sus obligaciones internacionales.

Durante la noche, un grupo de policías ecuatorianos irrumpió en las instalaciones y capturó al exvicepresidente Jorge Glas, quien de inmediato fue llevado a una prisión de alta seguridad.

Y Glas está en esa condición. Aun así, por instrucciones de AMLO, la embajada de México en Quito le abrió las puertas y lo acogió en su interior durante más de tres meses. Resultaron vanos los esfuerzos del gobierno ecuatoriano para hacer valer lo convenido en varios tratados internacionales sobre derecho de asilo.

Y ante la inminente posibilidad de que el personal diplomático acreditado en Ecuador ayudara a Glas a fugarse del país, lo que aparentemente sucedía la tarde del viernes, Noboa se fue al extremo y ordenó la irrupción de la embajada con fuerzas policiacas y militares, lo que también violó los tratados internacionales signados por los gobiernos de ambas naciones.

Capturaron a Glas justo cuando salía del inmueble a bordo de un vehículo en el que le acompañaban funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores de nuestro país.

Este triste episodio para ambos gobiernos en el que los cárteles Sinaloa y Jalisco Nueva Generación –ambos de alcance internacional– juegan un papel central, se suma a los reiterados señalamientos de la cercanía que López Obrador mantiene con esos y otros grupos delincuenciales que habrían financiado cuando menos dos de sus campañas presidenciales y a los que mima, según el líder de la mayoría republicana en el Capitolio estadounidense, con “abrazos y no balazos” en retribución.

El poder de los narcos y sus vínculos con el gobierno nos dan mayor claridad para entender cómo la corrupción, la inseguridad y la preocupante violencia se han vuelto un problema de gran magnitud hasta nuestros días, principalmente en nuestro país, y cómo todos estos acontecimientos han repercutido en el replanteamiento de estrategias en el plano de la cooperación internacional.

Así, es evidente que el gobierno cuatrotero le apuesta al fortalecimiento de las relaciones del país con naciones como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Rusia, entre otros, y con ex gobernantes como el ecuatoriano Rafael Correa, así como a muchos de sus ex funcionarios y seguidores –acusados de ligas con grupos de la delincuencia organizada–a quienes ha cobijado con el lábaro patrio.

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