Se acabó la diversión…

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Análisis a Fondo

Llegó el comandante y mandó parar, como canta Puebla

Sólo uno que otro anda por ahí añorando la vida licenciosa

Por Francisco Gómez Maza

Como canta el inolvidable Carlos Puebla, (en México) se acabó la diversión; llegó el comandante y mandó parar… Esa canción alegre, pegajosa, que cantaban los chavos de los años maravillosos, cuando Fulgencio Batista, más que presidente, era padrote de uno de los prostíbulos más encantadores de los Estados Unidos, se fue a la goma y arribaron los barbones de la Sierra Maestra a La Habana.

Pues, guardadas las proporciones (aquí no hay una revolución marxista, ni balazos, ni ejecuciones, ni proyectos socialistas ni menos comunistas), eso es lo que pasó el primero de diciembre, cuando Enrique Peña Nieto, el expresidente del México de la corrupción, la simulación, el cinismo y la impunidad, tuvo que soportar con la cerviz inclinada el demoledor reclamo del ahora presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien, en campaña electoral y su inauguración como presidente constitucional, se presentó como el adalid de la lucha contra la deshonestidad, la corrupción, la impunidad y todos los infortunios que para las mayorías de mexicanos representa el capitalismo de casino, el capitalismo de palenque de gallos, el capitalismo más salvaje que en la historia haya vivido pueblo alguno, a no ser los pueblos de América del Sur, en éste que, en aquellos años de luchas estudiantiles, denominábamos “Continente de la Esperanza”.

Y vaya que se acabó la diversión para aquellos que hicieron del poder un modus vivendi, su modus operandi, y asaltaron las arcas nacionales, como insatisfechos depredadores, dejando al país en ruinas, palabra que me trae a la mente las ruinas del grandioso Jorge Ibargüengoitia, ruinas que se encuentran en el camino entre la nostalgia y la ironía. Esas Ruinas que veis…

No era posible seguir viendo desfilar a una banda, a un cártel de facinerosos, ladrones, que se servían a sus anchas con la cuchara más grande sin importarles que las clases medias, los pobres, los miserables pasaran las de Caín, atormentados por el hambre y, sobre todo, por el hambre y sed de justicia. Todo era corrupción, cochupos, mordidas, moches, igualas millonarias para obtener un contrato, compra de dignidades, de libertades, complicidades, cuyos actores, como dice la gente del pueblo, no tenían llenadera.

México llegó a ser una de las sociedades más corruptas del mundo en todos los ámbitos, en el federal, en el estatal, en el municipal y la corrupción de convirtió en la filosofía de vida del mexicano, como la hipocresía era la filosofía de vida en las dictaduras que los pueblos de América Latina tenían que soportar a fuego y sangre, en los años 70.

Eran de lujuria las camadas de nuevos ricos que salían, como pan del horno, cada seis años, de la burocracia, empezando por el presidente de la república, y siguiendo por toda una cauda de ladrones que se autodenominaban servidores públicos. Tanta fue la avaricia de quienes “gobernaban” al país, que México se convirtió en uno de los países más corruptos del mundo.

En 2017 México ocupó la posición 135 de 180 países evaluados por la organización Transparencia Internacional.

Pero llegó el Comandante y mandó parar… como Carlos Puebla nos ponía a cantar a los jóvenes de los años 70, después de la gran represión del 68, que le abrió los ojos a medio mundo.

Hoy, las mayorías están convencidas de que la diversión se acabó y que, a los ladrones, los grandes peces, les convendría irse del país, a gozar de los millones que se robaron de la cuenta pública porque no vaya a ser que, en una de éstas, se les ocurra a los mexicanos agarrarlos y meterlos en la cárcel para que purguen sus delitos de robo, enriquecimiento fácil y traición a la patria, por lo menos. El nuevo presidente puede perdonarlos como ya lo prometió en público, pero el pueblo no olvida y de repente toma la justicia entre sus manos.