A Marco Aurelio Carballo

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MAC
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El sábado murió Marco Aurelio Carballo.

MAC, nacido en septiembre de 1942 en Tapachula, Chiapas, fue uno de los mejores reporteros que he conocido, y un gran escritor no valorado.

Coincidimos en la primera parte de los 70 en la redacción del Excélsior de Scherer, y, sin ser los grandes amigos, la amistad que creamos nos dio para vivir grandes momentos y participar en no pocos proyectos.

Siempre afectuoso, inteligente, culto, pero sobre todo con un gran sentido del humor, a veces ácido, nos encontrábamos de vez en vez para hacer lo que hacen todos los amigos: beber en alguna cantina neutral como La Bella Mundis, La Luz, o –durante los últimos años- La Guadalupana, para charlar y recordar lo que fuimos, repasar a los amigos, y reiterar nuestras malquerencias por los no amigos, pero sobre todo para proyectar lo que íbamos a ser y hacer.

Como casi todos los periodistas, siempre teníamos proyectos por realizar.

No sé si cuento con todos sus libros, pero los que tengo él me los dio y autografió. El lanzamiento del último (no sé qué haya sacado otro), “Morir de Periodismo”, fue un gran acontecimiento que reunió a buena parte del grupo que fuimos en aquel Excélsior que fue considerado entre los 10 más importantes del mundo, y el de Manuel Becerra Acosta, el unomásuno. El evento se realizó en un gran salón del Club de Periodistas, en Filomeno Mata.

No recuerdo quien habló, creo que fue Humberto Musacchio y por supuesto Marco. Todos estábamos felices y con su libro bajo el brazo. Felices porque éramos felices de que Carballo hubiera sacado otro libro y esperanzados de que ese sería “el gran libro de Marco”.

Y estábamos contentos porque sabíamos que en él hablaba de unomásuno –es decir, de muchos de nosotros-, diario en el que habíamos trabajado y cuya vida había sido muy intensa, y porque estábamos ahí los que fuimos la última gran redacción de Excélsior.

Esperábamos que fuese como “Los Periodistas” de Vicente Leñero.

Días después supe que algunos se inconformaron con Marco. Lo acusaron de distorsionar la vida del diario, de confundir tiempos y personajes, y de no respetar intimidades y secretos, algunos considerados como inconfesables.

Nunca entendieron que Marco era novelista y no Notario Público o cronista de sociales.

Marco murió el sábado. El Príncipe Lacandón se fue.

Días antes supimos que estaba muy mal. Que se había cansado de luchar. Todos sabíamos que acudíamos a un encuentro de despedida encubierto de homenaje por sus 50 años de trabajo periodístico, al que él –por su mal estado de salud- no asistió.

Los organizadores, Fernando Macías, Rafael Cardona y Patricia Sama, la esposa de Marco, nos dijeron que él había seguido el evento desde su casa por facetime.

Ojalá y así haya sido. Fue una reunión muy emotiva.

Ahí, de él y su obra, de su tarea periodística, de sus vivencias y su buen carácter, hablaron sus amigos. Muy conmovedor el relato de David Siller. Sorpresivo el de un compañero de secundaria o prepa en Tapachula. Elogioso el de una escritora cuyo nombre no apunté. Y al final hubo espacio hasta para la foto de todos, que luego me sorprendió por vernos sonrientes en un evento donde debíamos estar tristes.

EL ORIGEN     

Marco falleció un año antes de que se cumplieran 40 años de que nos echaron de Excélsior, una redacción que nos marcó a todos quienes pasamos por ella. Y es que el 8 de julio del próximo año se cumplirán 40 de que el entonces presidente Luis Echeverría logró sacarnos de ahí.

La tarde de ese jueves, mientras bajábamos la escalera de mármol de Reforma 18, comenzaba el fin no sólo de uno de los proyectos periodísticos más importantes en México –y no exagero si digo que del mundo-, sino de un grupo muy cohesionado de reporteros como creo no ha existido otro desde entonces.

La importancia alcanzada por el diario venía sin duda de la dirección de Julio Scherer.

Esa importancia no hubiera sido posible sin el trabajo de nuestros jefes: Don Jorge Villa, Arnulfo Uzeta, Miguel López Azuara, Miguel Ángel Granados Chapa, Pedro Álvarez del Villar, Don Paco Fé Álvarez, Don Hero Rodríguez Toro y Manuel Becerra Acosta.

Vicente Leñero, Daniel Cosió Villegas, Gastón García Cantú y Octavio Paz estaban en otra área del diario. Como lo estaban los muchos nombres –de personajes de la izquierda, centro y derecha-, de la sección editorial que convivían en esas páginas.

Lo único cierto es que de nada hubieran servido todos ellos sin el grupo de reporteros que integrábamos la redacción del tercer piso del diario. Porque la redacción era el eje, el alma, la razón de ser de Excélsior.

Ahí estaban los viejos y los nuevos reporteros. Una amalgama generacional sin igual.

Desde el Vate Campos Díaz, Ángel T. Ferreira, Eduardo Deschamps, Manuel Arvizu, Manuel Mejido, Federico Ortiz, “El Manotas” Jaime Reyes Estrada,  Agustín Salmón, Pepe Dudet, Rene Arteaga, Pacho Cárdenas, Emilio Viale, Alejandro Íñigo, Juan Aguilera Aguilar, Carlos “El Comandante” Borbolla, Luis de Cervantes, Enrique Loubet, el insospechado Víctor Payan, “El Cura” Miguel López Saucedo, el ocurrente e ingenioso René Arteaga, y otros muchos.

Y los de la nueva generación integrada por Raúl Torres Barrón, Marco Aurelio Carballo, Pepe Reveles, Elías Chávez, Guillermo Mora Tavares, Toño Andrade, Rafael Cardona, Rodolfo “El Negro” Guzmán, Federico Gómez Pombo, mi compadre Miguel Ángel Rivera, Fernando Meraz, Abelardo Martín, Nadia Piemonte y Armando Ponce, entre quienes me encontraba yo.

Ahí se formó una cofradía que perdura hasta hoy. Y en ella participaron otros como Helenita Guerra y Laura Medina, secretarias de Don Julio y Manuel.

CON MARCO

La noche de aquel jueves 8 de julio de 1976 en que fuimos lanzados de Excélsior, en forma natural fuimos llegando al departamento de Marco Aurelio Carballo, ubicado en un segundo o tercer piso de un edificio en avenida Cuauhtémoc, por el rumbo de la cantina La Ribera –donde sirven uno de los mejores cabritos-, donde comenzamos a llorar nuestra pérdida.

Ahí analizamos el golpe, encontramos culpables, nos planteamos dudas que siguen sin resolverse hasta hoy y bebimos y bebimos. En el pequeño departamento de Carballo aquella noche estuvo casi toda la redacción de aquel Excélsior. Hasta ahí llegaron también los jefes.

Unos debatíamos mientras Loubet lloraba y Carballo dirigía, como buen anfitrión, el trago.

El viernes, quienes amanecimos ahí, contamos 56 botellas de todo. Era apenas el inicio del mucho alcohol que ha corrido a lo largo de estos casi 40 años alrededor del debate por el caso Excélsior.

En estos ya casi 40 años, muchos de aquel periódico han muerto. Ha sido toda una vida, en la que de este grupo surgieron muchas publicaciones y medios. Y cargos en jefaturas de prensa.

A la expulsión de Excélsior unos bajo el mando de Jorge Villa y Pancho Cárdenas  nos fuimos a trabajar a la redacción del Diario de México, donde dimos vida a un vespertino.

Otros, que fueron llamados por Mejido, intentaron seguir la tarea en El Universal y casi todos jalados por Scherer llegamos a los últimos pisos del edificio de Siempre!, en la calle de Dinamarca y Chapultepec, donde Pepe Pagés nos dio la oportunidad de iniciar la agencia Cisa de la cual el 6 de noviembre de ese año, surgió la revista Proceso.

El grupo se dividió, y unos fuimos con Don Julio a Proceso, y otros con Manuel Becerra Acosta al que sería el primer gran tabloide de México, el unomásuno, que hoy es menos que una malísima y lamentable caricatura del buen diario que fue bajo la dirección de Manuel.

Entre unos y otros proyectos, surgió Centenario, el primer diario sobre economía y finanzas de México. Por ahí anduvo Marco Aurelio junto con otros del grupo.

Terminaría por irse a unomásuno como Jefe de Información. Y luego a la revista Siempre! y a otros como la revista Época, con Memo Mora Tavares.

La verdad es que luego de Excélsior y las experiencias de Proceso y unomásuno no sólo Marco, sino todos los demás, hemos ido de redacción en redacción buscando el espacio perdido, ese que se fue y no volverá.

El país cambió y todo se transformó. El periodismo que ejercimos Marco Aurelio Carballo y quienes fuimos expulsados de Excélsior no existe más. Ya Carballo no se perderá de nada importante. Quizá por eso se fue el sábado.

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