La oposición en México, una pésima cocinera

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El centro de la democracia en las sociedades avanzadas se encuentra en sus poderes legislativos.

Es ahí, en las cámaras de Senadores y Diputados donde no sólo se encuentra la representación popular –es decir, los representantes de los ciudadanos-, sino los elementos de contención y de rendición de cuentas de todos los poderes vigentes en cada país, sea monarquía democrática, sistema parlamentario, o sistema republicano, o presidencialista.

En México la transición de un sistema presidencialista vertical, autoritario, a uno democrático ha sido muy rápida.

Si tomamos ejemplos para significar este tránsito, podríamos decir que en los 26 años transcurridos desde las controvertidas elecciones de 1988 a la fecha, el país pasó de la ausencia absoluta de instituciones y reglas democráticas, a un poderoso y bien cimentado sistema que garantiza la participación democrática de sus ciudadanos.

Hoy el voto sí es efectivo en México. Hoy las fallas y chapuzas dentro de este poderoso sistema son la excepción y no la regla. Y como dentro todo sistema democrático, el mexicano sin duda es perfectible y cada vez será mejor.

Lo que no ha caminado al mismo ritmo, es la educación cívica de los mexicanos para hacer efectivo este sistema. En términos generales los ciudadanos de este país no saben para qué sirven ni cómo y para qué operan sus instituciones.

Lo anterior se agrava al extremo porque tampoco hemos vivido la profesionalización y el reforzamiento moral y ético de nuestra clase política.

Ahí es dónde se encuentra el talón de Aquiles de nuestra democracia.

De ahí que casi la mayoría de los personajes que militaban en los partidos políticos de 1988, sean los mismos que dirijan a estos institutos ahora.

¿Nombres?

Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Pablo Gómez, Andrés Manuel López Obrador, Luis H. Álvarez, Diego Fernández de Cevallos, Cecilia Romero, Dante Delgado, Alberto Anaya, Adolfo Orive, Jesús Zambrano, Jesús Ortega, René Bejarano, Dolores Padierna.

Un dato da la medida de este problema de la falta de recambio en el sistema político, especialmente en las oposiciones:

En los últimos 26 años la izquierda mexicana sólo ha tenido 2 candidatos presidenciales: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador.

Y como se ve, cuando se cumplan 30 años en 2018, seguirá lo mismo con AMLO a la cabeza.

Esto se reproduce dentro de los partidos. Es sabido que en el PRD la corriente o tribu dominante, la de Nueva Izquierda –coloquialmente conocida entre ellos como “Los Chuchos”-, tiene control de este partido desde al menos los últimos 10 0 12 años. Hoy mismo Carlos Navarrete es el cuarto o quinto miembro de esta corriente que asume la presidencia del PRD. Y no hay que olvidar que en la última asamblea se modificaron los estatutos para permitir la reelección de expresidentes, lo que supone que en el 2018 pudiera llegar de nuevo a la dirigencia nacional perredista o Jesús Ortega, o Zambrano o Guadalupe Acosta Naranjo.

Si vemos otros países, podríamos definir lo que le falta al nuestro. En España en las penúltimas elecciones presidenciales el conservador Mariano Rajoy le ganó al socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Y este último entregó el liderazgo de su partido y se fue a la academia.

A Rodríguez Zapatero lo sustituyó al frente de los socialistas españoles Alfredo Pérez Ruvalcaba quien en las siguientes elecciones presidenciales fue derrotado por Rajoy. Pérez Ruvalcaba se hizo a un lado, se fue a la banca y entró otro Pedro Sánchez al relevo.

La historia reciente de España indica que de uno y otro lado, entre conservadores y socialistas, los que pierden se van a otra cosa. Así han dejado el poder y se han ido fuera de la política el socialista Felipe González y el conservador José María Aznar.

Ninguno de los mencionados ha pretendido ser candidato una y otra y otra vez como aquí lo han hecho Cárdenas (quien en mayo acaba de cumplir 80 años) y Andrés Manuel López Obrador quien este próximo 13 de noviembre cumplirá los 61 años (lo que dice que en 2918 tendrá 64) y quizá un par de infartos.

Y así ha ocurrido en Alemania, Inglaterra y Francia.

MALOS COCINEROS

Pero los males que sufre nuestro sistema político no sólo se circunscriben a lo ya antes descrito –falta de educación y memoria de nuestros ciudadanos, ausencia de capacidad de análisis de algunos sesudos columnistas y críticos como mi examigo Pereyra, o la falta absoluta de ética política de los personajes ya antes señalados-, sino que carecen de toda moral.

Todos ellos –incluso mi examigo Pereyra, quien deambula al lado de un jefe generoso en el Congreso de Coahuila-, pertenecen o tienen representaciones en el Legislativo donde participan en el diseño de las normas e instituciones que imperan en el nuevo sistema político mexicano.

Ahí son cocineros del sistema.

Pero cuando se les ocurre por ejemplo impulsar una consulta popular sobre la reforma energética y las instituciones y reglas que ellos mismos han promovido, impulsado y creado se la rechazan, entonces escupen el plato y denuncian públicamente el platillo porque está muy salado, y porque ya no les gusta cómo sabe.

Esa es nuestra oposición.

El asunto podría ser parte de un anecdotario político nacional de risa, si no fuese tan grave.

Estos malos cocineros hacen, fabrican una y otra vez platillos –cambian de ministros en la Suprema Corte de Justicia; en el TRIFE, en otros Tribunales; nombran consejeros electorales en el INE, consejeros en otras instituciones (ahora mismo están a punto de decidir quién será el nuevo presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos), impulsan nuevas reglas, leyes de transparencia y procedimientos-, para luego escupirlos y acusarlos de corrupción o denunciarlos ante un cocinero mayor como es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

La denigración de instituciones creadas por ellos mismos, de nuevas reglas aprobadas por ellos mismos, se ha convertido en su más recurrido método.

Abajo, grandes sectores de la población –que no tienen capacidad de discernir, ni sustentos educativos ni culturales democráticos-, los siguen ciegamente repitiendo como pericos las frases sin sustento de sus viejos y afectados mesías.

En eso cuentan con los ecos producidos por sus plañideros, entre quienes se encuentra ya saben ustedes ese examigo pejista mío que denosta, critica y escupe cada semana al sistema en un diario de Oaxaca, y cobra fielmente las quincenas que le da su patrón priísta en el Congreso de Coahuila.

Sin embargo, afortunadamente para este país este segmento disminuye conforme avanza el desarrollo nacional.

A los viejos políticos no los perdonará el tiempo… ni sus afecciones cardiacas. Y los resultados electorales indican que predominarán fuerzas políticas que ven un futuro mejor para México.

La concina nacional que representa la Cámara de Diputados cambiará de cocineros en junio del próximo año y todo indica que entrarán equipos muy experimentados por cada partido lo que supone nuevas reformas y mejores acuerdos.

México vive sin duda momentos críticos, graves, pero también un cambio que tiende a desechar esos viejos métodos de la denigración de instituciones.

Requerimos sobre todo de ciudadanos que crean en un futuro mejor, en que es posible avanzar, mejorar y los jóvenes de hoy pueden serlo. Lo digo con la conciencia  que me da ser ahora un constante conversador con estudiantes universitarios con quienes comparto frecuentemente en charlas de aula, mi experiencia como periodista. Ahí hay una nueva generación cada vez más consciente y preparada para un México sin mesías y con más políticos dominados por la ética y la moral pública.